Esa noche apenas pude dormir ya que la inquietud por si estaba todo a punto y la imagen de un gran pez clavado luchando por su libertad al otro lado de la linea se repetían una y otra vez en mi mente, como siempre.
A las seis de la mañana sonó el despertador, la noche anterior ya había puesto todo el material en la entrada al lado de la puerta(cañas, pala, material electrónico, carretes, etc), me levanto como un resorte de la cama, me preparo un cafelito y bajo hacia el garaje.
A las seis y media llegué a la playa, allí me esperaban los que ese día serian mis compañeros de pesca, Frasco y Pablo. Sin más dilación bajamos nuestros kayaks del coche y empezamos a montar todo el material.
Cuando teníamos todo dispuesto empezamos a bajar nuestras monturas hacia la orilla, un vistazo al horizonte, mirando las posibles indicaciones del viento y después empezamos a remar con ilusión hacia el pedrero donde ese día habíamos puesto todas las perspectivas y donde ese día pensamos que estarían los peces.
Por el camino vamos intercambiando anécdotas, historias, bromas, etc, así el trayecto también se hace más corto. Una vez en el pesquero, preparamos nuestros aparejos y ya está, la suerte está echada.
En la primera deriva no obtuvimos picada alguna, pero en la segunda una voz no alertó "¡¡¡PESCAO, PESCAO!!!" era Frasco, después de varias vueltas de carrete falló la clavada, después de él estaba yo en esa misma trayectoria a unos quince o veinte metros de él y Pablo unos veinte metros más afuera y cuando paso justamente por donde Frasco tuvo la picada noté como el puntero de mi caña se sumerge en el agua en menos de un segundo, en ese menos de un segundo la adrenalina recorrió todo mi cuerpo, doy un gran cachete, con fuerza, doy un segundo cachete para tratar de clavar bien al pez, empiezo a dar vueltas al carrete pero el animal vuelve a tirar hacia el fondo donde está su escapatoria, su tana, su hueca, pero yo no lo dejo, haciendo mucha fuerza le vuelvo la cara hacia la superficie y en ese instante ya sé que está más cerca de mi que del fondo, ya con más tranquilidad lo voy subiendo, bombeando suavemente la caña y casi sin parar de recoger, cuando lo tengo ya a unos veinte metros de la superficie le aflojo un poco el freno y tras unas cuantas embestidas más ya está, veo como su panza amarilla sube desde unos seis metros de profundidad y emerge en la superficie al lado de mi kayak.
Un precioso mero de unos quince kilogramos, puro músculo, aletas y con unas espinas capaces de clavar en las rocas de nuestros fondos.
Mis compañeros me dan la enhorabuena y yo a ellos las gracias, ya que sin la ayuda de estos no habría sido lo mismo la captura de este hermoso animal.
Aquí os dejo algunas imagenes con las cuales me despido hasta la próxima aventura y os aseguro que quedan muchas más, por contar y por vivir. Un saludo y que la pesca os acompañe¡¡¡
Dedicado a todos mi compañero de fatigas, Raúl, Pali, Pablo, Frasco y Antonio y en especial a toda mi familia.